Publicación: Larramendi: un empresario «tenaz» y fiel a sus principios

Con el título “Larramendi: un empresario «tenaz» y fiel a sus principios”, Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo publica en Alfa y Omega un reportaje sobre D. Ignacio de Larramendi, al cumplirse los 100 años de su nacimiento. Ignacio de Larramendi, que reflotó Mapfre desde la nada y encarnó el ideal del empresario cristiano, convencido de que «para ser rentable es indispensable ser ético», fue presidente de ASE desde 1978 hasta 1984, como deja constancia en la publicación.

Reproducimos el reportaje, al que puedes acceder desde aquí

 

Larramendi: un empresario «tenaz» y fiel a sus principios

Se cumplen 100 años del nacimiento de Ignacio Larramendi, que reflotó Mapfre desde la nada y encarnó el ideal del empresario cristiano, convencido de que «para ser rentable es indispensable ser ético»

«En mis casi 35 años en Mapfre he tratado de hacer una empresa inspirada en principios cristianos, lo que no tiene nada que ver con hacer política ideológica ni con discriminar a quienes piensan de otro modo. Como director de empresa, siempre he actuado como he creído que debían actuar los que se denominan cristianos, y he demostrado con los hechos que solo con esos principios se puede tener un éxito permanente», afirmaba Ignacio Larramendi en el 2000, unos años después de jubilarse. Al cumplirse ahora los 100 años de su nacimiento, en estos tiempos de crisis, brilla la figura de este empresario de éxito que defendía a capa y espada que «para ser rentable es indispensable ser ético».

Ignacio Hernando de Larramendi y Montiano nació en Madrid el 18 de junio de 1921, en el seno de una familia de ascendencia vasca muy marcada por la vocación política de su padre, un destacado político carlista. Él mismo llegó a participar como voluntario en el requeté de Fuenterrabía. «El carlismo fue para él el marco de su pensamiento social –afirma Mario Crespo, autor de Ignacio Larramendi. Biografía definitiva–, en el sentido de concebir la empresa como una institución intermedia entre el Estado y la sociedad, que tiene como objeto contribuir al bien común. Su carlismo hizo de él un gran empresario».

En 1955, con cuatro hijos –llegó a tener nueve, fruto de su relación con Lourdes Martínez, el amor de su vida–, Larramendi fue contratado para asumir la gerencia de la mutualidad Mapfre, a punto de desaparecer. Fue un reto profesional, pero también «la ocasión inigualable» de levantar desde cero «una institución basada en los principios en los que creía», reconocería años más tarde.

Le salió bien: de una compañía de 72 empleados en quiebra técnica logró crear una gran aseguradora con 34.000 empleados y presente en 41 países. «Lo consiguió a base de exigencia y sabiendo rodearse de buenos colaboradores», explica su biógrafo. Además, no fue un advenedizo: «Conocía de primera mano el modo de trabajar de las principales aseguradoras inglesas, e incluso dedicó su primer libro a este sector comercial. Conocía muy bien ese mundo, y fue la persona indicada para reflotar la empresa».

En cualquier caso, esa labor habría sido imposible sin las cualidades personales que hicieron de él un empresario atípico. Su hijo Luis Hernando de Larramendi recuerda especialmente su tenacidad: «Hay muchas anécdotas sobre esta virtud suya, como aquella vez en la que, a pesar de haber sufrido un accidente, insistió en coger el tren para ir a dar una conferencia, solo porque “he dado mi palabra”, decía».

Además, su hijo menciona principios «como gestión ética, transparencia, dependencia y austeridad», así como «la necesaria valentía que todo empresario debe tener para ser capaz de asumir riesgos, sin los cuales la empresa no tiene sentido». «Él tenía principios éticos innegociables, muy ligados a su fe religiosa. Para él, era esencial que el empresario fuera una persona honrada», añade Crespo. De hecho, aunque Larramendi afirmaba de sí mismo que tenía «la fe del carbonero», en realidad escondía un alma inquieta «que buscaba la manera de justificar doctrinalmente su responsabilidad como empresario», afirma su biógrafo, una intuición a la que dio luz la encíclica social de Juan Pablo II Laborem exercens, que le impactó y que mencionó en numerosas ocasiones en diversos foros. En este sentido, aglutinó a empresarios cristianos movidos por la doctrina social de la Iglesia impulsando asociación Acción Social Empresarial (ASE).

¿El Ignacio Larramendi de la empresa era el mismo Ignacio Larramendi en su hogar? «Sí, en el sentido de que era un empresario que se llevaba el trabajo a casa, incluso fines de semana», responde el autor de su biografía. Sus hijos le recuerdan encima de sus papeles del trabajo en la mesa del comedor, y recibiendo a sus colaboradores incluso de vacaciones.

Por ello, la columna vertebral de su hogar fue su mujer, Lourdes, con la que se casó en 1950 y con la que tuvo nueve hijos. «Ella fue la que unió a la familia –dice Crespo–. Renunció por voluntad propia a una prometedora carrera dentro de la Administración para dedicarse por entero a sus hijos. En Lourdes, Ignacio Larramendi encontró una compañera excelente con la que sintonizaba en todos los principios vitales, familiares y religiosos. Mapfre no habría sido lo que es hoy sin ella».

Lector voraz de libros y de prensa diaria, Larramendi prestaba poca atención a los detalles de la vida cotidiana. En su familia se recuerda con cariño sus despistes, como cuando no se daba cuenta de que llevaba la corbata torcida a los calcetines de distinto color. «Mi único hobby es trabajar», solía decir. Pero esta escasa atención a los detalles se compensaba en su labor empresarial «con una singular capacidad de adaptación a los cambios. Fue capaz de ver la importancia que iban a tener los seguros de vida y los seguros de automóvil, así como las innovaciones tecnológicas que ahora nos parecen esenciales pero que en su época conllevaban una apuesta y un riesgo. En algunas facetas fue un visionario», atestigua Mario Crespo.

Esa actitud le llevaba en el día a día «a escuchar con atención las razones de sus colaboradores, especialmente de los más jóvenes. No tomaba ninguna decisión de relevancia sin haber consultado antes a los más cercanos. No fue para nada un ejecutivo aislado en su torre de marfil». Todo ello le hizo formar parte de un grupo de empresarios «que fueron la avanzadilla en la modernización de España».

¿Cómo habría actuado Ignacio Larramendi en medio de una crisis económica como la actual? «De varias maneras –aventura su biógrafo–: austeridad, recorte de los gastos más superfluos y una política de inversiones muy ajustada. Y todo ello sin dejar de dar un buen servicio, para todo lo cual se valdría de dos palabras que hoy parecen muy en
desuso: autoridad y exigencia». Con estos principios «fue coherente toda su vida, y llama la atención la fidelidad con la que los llevó a la práctica. Sin duda hicieron de él la persona idónea para realizar la obra inmensa que ha dejado».

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo 

Alfa y Omega

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