Homilía de Fray Benjamín Echeverría en la Misa funeral por el alma del Presidente de Honor de ASE y los asociados fallecidos por la Covid-19

Ponemos a disposición de todos aquellos interesados que no pudieron asistir a la Misa funeral por el eterno descanso de D. Luis Hernando de Larramendi y por los miembros de ASE víctimas de la pandemia Covid-19, los magníficos textos de la Homilía que dirigió Fray Benjamín, consiliario de ASE y párroco de la Basílica de Jesús de Medinaceli, el pasado día 9 de marzo.

 

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Hermanas y hermanos: Paz y Bien.

Bienvenidos a esta iglesia y a esta celebración. Os invito a sentiros en vuestra casa. A todos nos convoca el aprecio a Luis y hacia toda su familia. Que este rato que vamos a compartir sea recuerdo agradecido por su vida y de abrazo creyente y solidario a toda la familia.

Alguien ha escrito de Luis que “era persona de bien, esposo y padre ejemplar, católico comprometido con la sociedad, un humanista, reconocido gestor del mundo de los seguros, mecenas de la cultura y tradicionalista. Su humanidad era entusiasta de las causas en las que se comprometió, generosa y desprendida, servicial y atenta. Amigo de sus amigos y siempre amable, porque todas las personas eran prójimos. Vivió una vida de servicio a su fe, a sus compromisos sociales y a la causa carlista. Su trayectoria vital la han calificado como la del “andador de sueños”, cuyo trabajo y buen sentido le hicieron ser “constructor de realidades” …. Fue un “andador de sueños”, que vivió con los pies en la tierra y los ojos en el cielo”.

Luis siempre quiso que celebráramos una eucaristía por los difuntos de ASE y por eso los tenemos también presentes en estos momentos. Por todos ellos celebramos esta eucaristía unidos a Aquel que murió para darnos vida por la resurrección.

 

Funeral por Luis Hernando de Larramendi

Hermanas y hermanos: Paz y Bien.

Celebramos hoy esta eucaristía como homenaje a Luis y por los difuntos de ASE. De alguna manera nos convoca su muerte, pero mucho más y mucho antes nos ha convocado su vida.  A unos porque os ha dado la vida, a otros porque durante muchos años habéis compartido parte de la vida y distintos proyectos profesionales juntos. Otros hemos compartido experiencias y sueños los últimos años. A todos nos convoca hoy su muerte, pero, sobre todo, su vida.

Cuando termina una vida, es bueno reunirnos para recoger y expresar de algún modo nuestro agradecimiento y, si somos creyentes, elevar nuestra acción de gracias a Dios por lo que ha sido su existencia, su trabajo, su entrega y su testimonio.

No tuve ninguna duda en elegir para este momento esta PdD que hemos escuchado. El elogio de los hombres ilustres, que dice el libro del Eclesiástico.

Hagamos el elogio de los hombres ilustres, dice Jesús ben Sira en su libro. Así también en este tiempo, desde que murió Luis, diversos medios de comunicación lo han elogiado. Han elogiado su persona, su vida, su obra. También en la Palabra de Dios encontramos textos que nos reflejan a cada uno de nosotros, que retratan nuestra vida y la vida de los nuestros. Textos que, a modo de oración recogen la labor realizada y las experiencias compartidas. Son palabras que nos ayudan a entender toda una vida, a agradecer y a ponerla ante Dios, “porque ha habido hombres de bien, cuyos méritos no quedan en el olvido”.  Así es como creemos que Luis se ha presentado ante Dios, como un hombre de bien.

Yo creo que es lo mejor que se puede decir de una persona, que es un hombre o una mujer de bien. Porque así es como presenta Lucas el Evangelista a Jesús, en el libro de los Hechos: como un hombre que pasó haciendo el bien.

La vida de todos y cada uno de nosotros es un misterio valioso que no se pierde en la muerte. Todos llevamos en el fondo el anhelo y deseo de una vida dichosa, feliz, eterna. Es la que Dios nos ofrece y la que creemos que Luis ya está disfrutando junto a Dios.

Sesenta y nueve años son pocos años para dejar esta vida. Por eso creer nos resulta evidente en algunas ocasiones, pero en otras nuestra fe se estrella contra las dificultades de la vida. Muchas veces nos da la impresión de que Dios está mudo o nos ha dado la espalda cuando más le necesitamos. El camino de la fe es duro y a veces, incomprensible. De ahí que, en algunos momentos nos cuestionemos: ¿Qué sacamos con ser creyentes? ¿Para qué sirve la fe? Puede haber momentos y situaciones en los que podemos tener la sensación de que no merece la pena molestarse en seguir los caminos de la fe.

Pero por eso mismo celebramos hoy el funeral o el homenaje con una eucaristía. Porque celebrarla es sentirnos invitados por Dios a traer a su mesa nuestros problemas y nuestra fe para esclarecerlos a luz de su palabra.

Esta eucaristía por Luis es de despedida y de agradecimiento. Muchas veces a lo largo de la vida estamos tan atareados y ocupados que no llegamos a apreciar lo que vamos recibiendo de los demás. No sabemos agradecer del todo su presencia, su amistad, su compañía, sus desvelos y preocupaciones, la riqueza que esa persona significa para nosotros, y parece que comenzamos a darnos cuenta de todo eso cuando los seres queridos nos faltan.

Como Iglesia no nos limitamos a asistir pasivamente al hecho de la muerte, ni a querer consolar a quienes sienten y lloran la separación de que quien ha sido importante es su vida. La reacción espontánea es siempre de solidaridad hacia el difunto y hacia la familia. Por eso la comunidad cristiana pide por él, y le acompaña con su oración en ese misterioso encuentro con Dios. No hay una palabra de desolación o de rebelión, de vacío o de duda. En el centro de toda liturgia por los difuntos hay una oración de confianza: “En tus manos, Padre de bondad, ponemos la vida de nuestro/a hermano/a, con la firme esperanza de que resucitará”.

Esta confianza que da paz y esperanza ante la muerte de nuestros seres queridos no es un sentimiento arbitrario, sino que nace de nuestra fe en Jesucristo resucitado. Por eso diremos en la plegaria de la eucaristía: “Recuerda a tu hijo/a a quien has llamado de este mundo a tu presencia. Concédele que, así como ha compartido la muerte de Jesucristo, comparta también con él la gloria de la resurrección”.

Luis, que se nos ha ido, sabemos que está en buenas manos. Lo dejamos en las mejores manos. Son las manos de Dios, el lugar más seguro que podemos ofrecer. En Él lo dejamos confiados. Lo sentimos como un nuevo intercesor ante el Padre. Le pedimos que desde el cielo nos siga trasmitiendo el ánimo que supo trasmitirnos en la tierra.

En la sociedad en la que vivimos y en la Iglesia que tratamos de construir, cada vez somos más conscientes del cuidado que hemos de tenernos unos a otros. Esta pandemia nos ha hecho ver que todo está mucho más relacionado de lo que muchas veces somos conscientes. Así es también como me gusta entender a mí el significado de la resurrección: como cuidado. Entiendo la resurrección como el cuidado que Dios tiene de nosotros.

Con la muerte pensamos que ahora es Dios quien cuida de él, y lo cuida tan bien o mejor de lo que hemos sido capaces de cuidarnos entre nosotros. Ahora es Dios quien lo cuida. Ante este Dios, que es Amigo de la Vida, le presentamos a una persona que ha estado llena de fuerza y de vida. Y después de esta vida, vivida en plenas facultades, deseamos para él lo que expresa la bendición de San Francisco, que el Señor te bendiga, te mire con ternura y te conceda la paz.

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