Reflexión de Dionisio Blasco España, Delegado Territorial Diocesano de ASE en la Diócesis de Málaga y presidente del Foro de Oración y Reflexión de ASE en la Casa Diocesana de Málaga.
EMPRENDER CON FE
(*) Dionisio Blasco España
“La fe es fundamento de lo que se espera, y garantía de lo que no se ve”. Con estas palabras comienza el capítulo 11 de la carta a los Hebreos, un capítulo en el que el autor de este libro del Nuevo Testamento repasa la importancia de la fe en la historia de la salvación.
Y es que la fe es el pilar desde donde se edifica la esperanza, pero también norte para los que pretendemos vivir el evangelio en los entornos empresarial y profesional.
La fe es la esencia para los creyentes cuando hablamos de la Misión, Visión y Valores de nuestros proyectos, de nuestras empresas.
La fe no resuelve nuestros problemas, pero nos permite afrontarlos desde una dimensión que complementa todos aquellos instrumentos técnicos y humanos con los que contamos.
Pero la fe se explicita en obras. Ya nos lo recuerda el Nuevo Testamento en la Carta de Santiago:
¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe? Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos del alimento diario y uno de vosotros les dice: «Id en paz, abrigaos y saciaos», pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así es también la fe: si no tiene obras, está muerta por dentro. Pero alguno dirá: «Tú tienes fe y yo tengo obras, muéstrame esa fe tuya sin las obras, y yo con mis obras te mostraré la fe». Tú crees que hay un solo Dios. Haces bien. Hasta los demonios lo creen y tiemblan. ¿Quieres enterarte, insensato, de que la fe sin las obras es inútil? (Sant 2, 14-20).
Emprender con fe implica ver oportunidades donde otros ven amenazas. Un ejemplo lo encontramos en el Antiguo Testamento. Los capítulos 13 y 14 del libro de los Números relatan cómo Moisés, a las puertas de la Tierra Prometida, envía a 12 jefes (uno por cada una de las tribus de Israel) a inspeccionar la tierra que debían reconquistar. Diez de estos doce exploradores informaban en estos términos:
«No podemos atacar a ese pueblo, porque es más fuerte que nosotros». Y desacreditaban ante los hijos de Israel la tierra que habían explorado, diciendo: «La tierra que hemos recorrido y explorado es una tierra que devora a sus propios habitantes; toda la gente que hemos visto en ella es de gran estatura. Hemos visto allí nefileos, hijos de Anac: parecíamos saltamontes a su lado, y lo mismo les parecíamos nosotros a ellos» (Num 13, 31-33)
Pero dos de estos doce exploradores, agarrados a la confianza en Dios, vieron una oportunidad:
Josué, hijo de Nun, y Caleb, hijo de Jefuné, dos de los que habían explorado el país, se rasgaron los vestidos y dijeron a la comunidad de los hijos de Israel: «La tierra que hemos recorrido y explorado es una tierra excelente. Si el Señor nos es favorable, nos introducirá en ella y nos la entregará: es una tierra que mana leche y miel. (Num 14, 6-8)
Y así fue. El pueblo de Israel alcanzó aquella Tierra Prometida.
(*) Dionisio Blasco España es Delegado de Acción Social Empresarial en la Diócesis de Málaga.